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caminante


Gabriel Mas. Ha resultado ser un hombre, capaz, que ha hecho un viaje de ida. Y ha regresado portando pruebas de que se puede viajar, a la Luna tal vez. Y volver. De regreso a la tierra de los hombres.
El camino está tejido de historias. Las historias son el camino. Hay herramientas de las que valerse. Hay mapas. Pero que los mapas y el territorio se confundan es un camino de dos direcciones.
Hay un modo de ir. Hay guías y maestros que nos llevan. Hay lugares y situaciones que nos hacen ir más allá de nosotros mismos.
¿Queremos volver al mismo lugar? ¿Entonces, para qué hemos partido? Hemos de regresar, tener un lugar al que llamar hogar. Tomarnos un vaso de agua al descansar. Es bueno el tener un lugar. Pero el agua no es la misma. 
Ir y regresar, es hacer que el agua siempre se renueve. Que no se estanque. Que el agua, tal como hace la vida, fluya. Si el agua o la vida se estancan la vida cesa en su proceso de nutrir y hacer florecer la vida.
Las bestias no son malas. Tan solo son elementos que nos hacen andar prevenidos. Nos hacen tomar precauciones. Tal vez en ocasiones avanzar osados en busca de un horizonte. Pero son la etapa de un camino.
Regresar es necesario. Y tener un lugar que nos llene de añoranza. La añoranza es ese rastro que nos dice que hay un lugar para nosotros bajo esta eterna bóveda celeste. La añoranza es la luz que nos guía.
Pero la luz no tiene más valor que la de indicarnos que estamos en un camino. Y debemos tener algo que buscar. Esa luz, la añoranza de un lugar al que volver. Ir tiene una razón de ser. La personalidad requiere de su desarrollo, se viaja, para reconocer el terreno.
¿Quiere el explorador volver a su propia tierra sin nada en las manos? Ni siquiera una sola pieza de caza. Cuando se va de caza lo que se busca es alimento.
Cuando se va de viaje, se buscan historias con las que tejer el propio mundo interno y la propia realidad. Nuestra historia estará repleta de anécdotas de cómo casi, casi nos quedamos atrapados.
Descubrimos al volver, que nuestros parientes y amigos no son los mismos. Lo son y no lo son al mismo tiempo. Los nombres son los mismos. Hay historias, buenas y malas, que nos son comunes. Pero los rostros han recibido las marcas del paso del tiempo.
Vuelven su mirada presurosa, hacia nosotros, anhelantes. Buscan que les narremos. Quieren, no carne. Pero sí algo que es mucho más valioso. Historias que les digan que allí lejos hay otros pueblos que, unos son hostiles. Pero que siempre hubo pueblos hermanos que permitieron el transitar.
Saber que vayas a donde vayas, encontrarás seres hermanos.
Y que no estamos solos en esta tierra que tanto promete. Y que nos sostiene vivos. En cuerpo y alma. Y el alma se nutre de un aroma de añoranza. Del olor a leña de un hogar. Del olor de una mujer que se despierta entre las sábanas.
De amigos y hermanos que comparten un día y otro también. Que a la noche se cuentan qué han hecho. Comparten historias y silencios. Secretos, dichos y refranes. Una misma historia y filosofía.
Y llega el viajero y les dice, que hay historias allá lejos, que tal vez son de tierras lejanas. Pero que marcan una misma huella. Una huella de humanidad.
Que la impronta del pie sobre el suelo mojado por la lluvia, es reconocible, en su forma.
Que sabemos al mirar esa huella que otro ser que es como nosotros, camina frente a nosotros, más adelante. Y que es posible que esté abriendo camino.
El camino. Es importante, porque es un transitar. Hay que buscar nuevas formas, de llegar a lugares nuevos. Tal vez antiguos y que ya fueron olvidados hasta que de nuevo se recorren.
Por unos pies que se adentran en lo desconocido.
Por eso la huella, es una marca que alguien, dejó arañada con la uña, en el yeso de la pared de un hotel. Donde dice:
“Yo estuve aquí”.
No en vano, de lo que se trata es de estar. En todo esto el viajero es valorado porque trae agua nueva.
Baldío es el que regresa y enmudece. Ni su presencia se valora si en su rostro no muestra los surcos que el camino ha impreso en su semblante.
Y los rostros afables miran y sonríen. Y saben, que el tiempo pasa y que vale la pena estar vivos. En una tierra de hombres hecha para los hombres.
Hombre y mujer tejen vestidos para la fiesta de reencuentro, en la que se contarán las historias alrededor de  un fuego, que da nombre a lo que llamamos, nuestro hogar.



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