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olor




Un hombre verdadero no puede prometer. Y entre más lo entiendas, menos estarás dispuesto a prometer, porque, ¿cómo puedes prometer? El mañana traerá su propia verdad; ¿cómo vas a poder prometer? 

Cuando me encontré con Claudio, después de hacer trabajo energético, yo me acerqué para decirle tan solo una cosa.
Lo que había en el  interior de mi corazón.
“Yo no quería hacerle daño a nadie”.
Parece que en la sociedad en que vivimos hay un gran temor. Hay temor a mostrar el amor. Hay temor a amar. A amar sin condiciones.
Esto hay que analizarlo con más atención, más de cerca.
Parece que todo lo que es amoroso y espiritual sea bonito y se represente por bonitas y delicadas flores.
Cualquier flor, cualquier pájaro que vuele surcando el cielo, sabe que en cualquier momento su vida puede ser cercenada. La vida y la muerte cruzan su camino tan a menudo, que no tiene mucho sentido separar ambas.
"Nunca vi a un animal salvaje sentir lástima de sí mismo. Hasta el mas pequeño pájaro caerá muerto de una rama sin haber sentido jamás lástima de sí mismo"
— D.H.Lawrence

El ser humano ha perdido de vista lo que es la vida. Nos aferramos a la vida. Tratamos de conservar la vida. Pero no la vivimos.
Sacamos fotos, y videos. Para poder decir que vivimos. Pero ¿Dónde estamos en el momento de sacar el selfie?
Tememos perdernos el momento, porque tememos perder el valor. ¿Cuál es ese valor que tememos perder?
Porque parece que para poder valorar un momento, tenemos que sacar una foto y poder decir a los amigos del facebook “yo estuve allí”... o “estoy comiendo pescado crudo en el japonés”.
¿Recuerdas el sabor del pescado crudo? ¿Recuerdas cuántos likes te dejaron tus amigos en esa entrada de tu blog? Porque los amigos del facebook se cuentan a veces por miles.
Y ese momento de comerte un pescado, ¿Cuánto dura? ¿Tienes alguna conciencia de si te gusta el pescado crudo?
Somos amigos de perdurar. Es más, queremos durar.
Tal vez por eso, miramos la pantalla del móvil. Para ver algo.
Está bien que cada uno tenga sus propios intereses y se dedique a ellos cuando lo crea necesario. Pero si no miramos el paisaje al ir en el autobús o el tren, nos perderemos el apestoso olor del tío de al lado que no se ducha. ¿Quién es ese hombre? ¿Nadie?
Yo no quería hacer daño a nadie.
Así lo manifesté, en un momento en el que solamente podía decir la verdad que tenía en el corazón en ese momento.
¿No sería acaso que temía sentir mi propia fuerza? Es posible que nos estemos volviendo distantes y no sepamos muy bien qué se espera de cada uno de nosotros en cada situación.
Es cierto que con cada generación nueva, parece llegar el cambio. A veces se habla de la juventud como una fuerza de cambio. Eso siempre será así, por los siglos de los siglos.
Pero cuando empezamos a sentirnos apretaditos en un mundo que ya empezamos a vernos las caras unos a otros. Tal vez en vez de mirar o oler a la persona que tenemos al lado, preferimos jugar en el móvil al “candy, como se llame...” Mejor no ver. Mejor no mirar.
Si miramos, si vemos, si olemos y sentimos. Tendremos que saber. 
Tal vez tengamos que saber que el otro no nos gusta. O peor, que nos gusta. O todavía mucho peor, que no tenemos nada que dé valor a nuestra que vida más que una foto que mostramos a unos amigos de una red. Porque tal vez tenemos miedo a oler a nuestro alrededor.
A sentir.
Tal vez tenemos miedo a escuchar. Tanto a nuestro corazón como al de quien tenemos al lado.
Y aquí ya empezamos a oler el apestoso olor de esas flores de aspecto hermoso y que son tan espirituales. La mierda es espiritual. Las heces hacen posible que la tierra se nutra y surja la vida.
No es más espiritual una iglesia que la tierra del campo. 
Mira un atardecer. 
Y suda la camiseta mientras tratas de sobrevivir en tu tierra, en una ciudad de África. Mirando ese mismo sol. ¿No te preguntas si para ganar tienes que emigrar? ¿No amas tu tierra?
El sol y la tierra tienen fuerza.
¿No tenemos miedo de nuestra propia fuerza?
Cuando tenemos miedo a hacer daño a alguien es porque no somos capaces de sentir nuestra propia fuerza.
Si sintiéramos nuestra fuerza, simplemente le pondríamos límites.
Pero no la sentimos. No olemos al hombre que se sienta junto a nosotros en el autobús. Evitamos estar donde estamos y nos perdemos en las redes. Decimos que elegimos. Elegimos nuestro ocio.
Tal vez solamente evitamos el olor de esos otros.
Tal vez nos recuerda que nosotros mismos también olemos. Y que nuestro olor posee su propia fuerza.
Tenemos miedo a nuestra fuerza.
Tememos la fuerza por una razón muy sencilla. Porque si nos permitimos sentir nuestra fuerza en toda su extensión, tendremos que tomar responsabilidad de ella.
Tendremos que poner límites. Poner límites a algo que debemos conocer. Si nos conocemos, tenemos que elegir. Cuándo y dónde estar.
Pero ya no se trata de estar prestando atención al móvil o al paisaje.
Se trata de si elijes estar o no estar encarnado en tu propio cuerpo. Porque tememos estar en nuestro cuerpo. Tememos sentir.
Si sentimos, tal vez debamos saber que somos capaces de hacer daño a otros.
Preferimos que el médico nos recete “no se qué”, para el dolor. Porque nosotros ya no queremos saber. Porque nadie nos dijo, nuestros padres, que “es lo que hay”. Ellos tampoco lo sabían.
La vida la puedes interpretar de muchos modos. Pero tu vida es responsabilidad tuya. Y si hay odio o ira en tu vida, no son cosas malas.
Es la humanidad.
Y tú como hombre decides qué hacer con ello.
La juventud puede estar algo desorientada. Yo creo que todo el mundo lo está. Bastante.
Los médicos nos dan pastillas para el dolor. Para tener erecciones y para mear. Tenemos miedo de tomar cualquier decisión por nuestra cuenta.
Yo no soy distinto. Tengo miedo de ser hombre. Y cada persona tiene su luz y su sombra. Tenemos miedo a la muerte. Y pagamos por un poco más de seguridad. Pagamos por un poco más de... un aliento que prolongue mi vida.
Yo no soy distinto. Si tengo que tomar una pastilla que me permita vivir más, la tomo.
El aire es demasiado precioso como para hacerle un desprecio.
Tal vez ese aire sea embotellado y vendido y comprado. Todo a cambio de seguridad y control. Por un solo aliento vale la pena pagar ese precio.
Pero lo duro es cuando sabes que has estado pagando toda la vida, todos los años de tu vida.
Sin confianza.
Porque nada garantiza que este momento en el que vives sea el que te permita tomar tu último soplo de aliento.
¡Selfie!
Si alguien sabe que estoy aquí, tal vez le guste.






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