Ir al contenido principal

la culpa la tienen las amarillas


si no me muevo, no me ven


Miércoles 14-02-2018
20:24 Horas.

El 2017 que recién termina hace poco, ha sido muy duro. Y después de un verano plagado de varias salidas de mi casa, teniendo que recogerme una ambulancia...
Creo que han sido tres viajes a urgencias, y en ambulancia porque yo no respondía. Supongo que se trataba de miedo. Por otro lado me pegaban subidones de ácido úrico. Me tenían que sacar líquido de las rodillas.
Es raro que episodios de catatonia tengan que ver con el ácido úrico. Es decir, la catatonia tengo muy claro que es miedo que hace que tire la toalla.
Este tiempo he tenido muy claro, porque lo he vivido en carne propia, que ante un nivel de miedo elevado una catatonia es como un deslizarse gradual hacia un lugar más seguro. 
Cada vez más y más seguro. 
O sea, que si a un enfermo mental le da una catatonia, básicamente es por miedo. Por mi enfermedad mental sé que lo difícil en todo este tipo de procesos tiene que ver con saber hacer algo a tiempo.
No se trata de reaccionar. Hay miedo. El miedo es el que desencadena todo el proceso. Como un conejito que cada vez se va escondiendo tras un matorral, y cuanto más cerca está el cazador, más se deja estar quieto y se va escondiendo.
Hasta ya parecer que no hay ningún animalito asustado ahí. Tal vez el cazador que porta el arma, piense que no hay ninguna presa, y pase de largo.
Ante una situación de peligro siempre se ha dicho que el cuerpo se prepara para el ataque o la huida. Pero los amantes de la naturaleza saben que “si no me muevo, no me ven”.
Y es una buena estrategia. Yo he ganado a menudo partidas de parchís así.
“Si no me muevo, no me ven”.
Funciona bastante bien, porque si pasas desapercibido, el resto de animales del reino animal humano y mata-fichas, tratan de quietarse unas fichas de en medio unos a otros.
Y van las amarillas y meten las cuatro fichas en la casilla final que gana el juego.
Lo peor es que cuando juega Paco, salpica mucho la sangre. Por todas partes. Y jugando al parchís, el no me muevo que me ven, funciona tal vez una o dos veces.
Después al grito de ¡¡¡ LA CULPA LA TIENEN LAS AMARILLAS !!! Entonces, ya no vale tratar de hacer nada más que sufrir que tres personas, jugando en el tablero del parchís, te asedien durante la última etapa del verano.
Seguramente los familiares que ya pasen por allí, o bien asistan al espectáculo, orquestado por Paco y que salpica a todos de una animada sangría, pues tienen muy claro que, la culpa la tienen las amarillas.
Queda la esperanza de que el verano que viene volvamos a juntarnos, y salpicarnos unos a otros, con la gracia y salero matarife, que en realidad da mucha vida, al juego del parchís.


Una anécdota de familia en verano. El parchís marcó una etapa en la vida, por la que hay que  pasar. Tal vez para ahora diversificar un poco el abanico de juegos. Hacia algo más elaborado o simplemente ir probando.
No sé porqué pero siento que estoy diciendo tonterías. Tengo casi cuarenta y ocho años, y jugar en casa de mis padres, parece que fue el otro día. Es como que el tiempo se desliza sin sentir. 
Solamente sé que hay historias que tal vez salgan o tal vez no.











Comentarios