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historias de verano










Domingo 4-12-2016
7:07 Horas.

Y saben ustedes... ¿desde cuándo vivo yo con un hombre enfermo? -Decía la buena señora, mientras agitaba el delantal y el resto de la ropa, sobre el tendedero.

Se podría decir que toda esa ropa era como un estandarte, que definía lo que era un hogar feliz. 

      Y que ahora al escuchar las historias de doña Clementina, el color blanco, pareciese volverse manchado de motas carmesí, al tiempo que sus palabras saltaban de su boca.

No podíamos hacer más que mirar de reojo a su marido que estaba sentado, con los ojos cerrados. En el amplio porche, haciendo como que dormía.

“...Y salí a sacarme el carnet de conducir...” seguía la mujer. Parecía, no tanto que estuviese criticando a nadie, más bien sus palabras, pese a ese resquemor, sonaran como un suspiro de alivio, al poder contar lo que sucedió.

...Al volver, me encontré a mi marido y a mi suegra, mirándome como si lo hubiese abandonado, ¡en los estertores de la muerte!

Claro que me saqué el carnet de conducir, ¿Cómo si no iba a poder trabajar lo que he trabajado?.- Doña Clementina, parecía haber roto un dique que amenazaba desbordarse de agua y anegarlo todo.

Pero su tono de voz cambió, al tiempo que su mirada, parecía mirar desde lejos. Mis padres. Ese verano, estuvimos con mis padres... Su mirada se volvió evocadora, y por un momento una sonrisa asomó a sus labios.

Y ese agosto me quedé preñada. Los quince días de vacaciones. Y le puse de nombre como un antiguo novio, de mi juventud...

El marido, que parecía despertar de su sueño, tan solo se removió un poco, acostado cuan largo era, en el sofá, bajo ese tejadillo de cañas, en el porche.


historias, historias, entresijos, bajo el porche protegidos del sol

el agua manaba de la fuente cercana, formando un charco junto a la mesa...



Nos pareció a todos que la historia hablaba de muchas cosas que sucedían bajo esas mismas sábanas, que ahora la buena mujer tendía. (...Sí, pérdidas de sangre. Ya debía tener algo).

Los entresijos de una vida parecían desvelarse en los pequeños detalles.

El porqué del nombre de su hijo, tan poco común en la familia. De su predisposición al aislamiento. Como la sensación de separación, de desarraigo, respecto de su propia familia.

Ante Gabriel se abrían dos caminos. Y uno era el resentimiento, por no haber sabido nada en todos esos años. 

       Aunque pensó en los riñones de su padre, y el miedo continuo que debió acompañarlo, junto a sus bromas.

         Las afecciones de riñón hablan de los miedos, de una vida, queriendo no querer ver que el padre, el abuelo, esa mala cepa... eran sus orígenes.

Después de todo, el viejo siempre se había cuidado de todo. Un hombre que parecía que se ponía todas las medallas y presumía de saberlo todo. 

      Y su hijo tenía el nombre de otro hombre. Tal vez tan solo era que lo dejó estar. Saberlo era suficiente, no había porqué echar más leña al fuego.

Tal vez ese hombre no fuera tan malo, después de todo. Todos nosotros, por ejemplo, no podemos más que intentar vivir sin meter demasiado la pata. Y volver a empezar.

Sí, volver a empezar. Recomenzar. 

La vida de Gabriel parecían marcadas por su nacimiento, tan temprano. Con esas pérdidas de sangre, su infancia y juventud. 

        Tan sin problemas. Fue un buen chico. Sí, lo fue ¿No?

Ahora tal vez tendría que afrontar que él mismo, como hombre, no era distinto a nadie. Y que tenía que vivir, en el seno de una familia, entretejida de historias. 

        Que se compartían cada vez, tras la comida, en la sobremesa de un fin de semana, una tarde de verano.



















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