Ir al contenido principal

la flor del manzano


taller de textos


Escucha, escucha Maestro. Nadie puede mejor que tu, descubrir la verdad. Nadie más que tu tiene el oído tan fino como para descubrir la verdad.

Ese corazón anhelante, se aturde con sus propias palabras. Nadie en el reino de los elfos tiene el poder que tu sí tienes.

El gran mendicante, el buda, dador de luz y vida decía, tu haces tu camino. Y escuchas por doquier. A donde vas, te siguen multitudes, pero tu no sigues a nadie, salvo a tu corazón.

Nadie, y todos. Cada evento es una nube que  pasa. Una luz fugaz en el firmamento. Vives, de eso se trata. al final todo se trata de vivir, ¡oh, vida! 

Y ese descubrimiento has de hacerlo tu mismo. Guiado tal vez, hasta las puertas. Pero traspasa el portal, mi querido Maestro.

Cada mañana el sol se pone en un remoto lugar. El sol sale, cuando en otro muy lejano lugar, se pone el astro rey. ¿Quién lo entiende? Pues el astrónomo y el poeta lo entienden, cada uno a su modo, y cada uno según su propio entender y proceder.

¿No hablamos del mismo sol?

El cuerpo de enseñanzas, tan solo dice una cosa, se feliz. Eso, que parece fácil, es lo más difícil. Pues el corazón puntilloso acude presuroso, a susurrar al oído de los sordos mensajes contradictorios.

Los corazones se ciegan, al sordo rumor de las voces que no logran ahogar. Con sus meditaciones anegan campos. Y la humedad lo llena todo. Todo. Pero no temáis. 

El sol evapora cada litro de agua, que inútilmente dejáis caer, sobre una tierra baldía, que anegada por el agua no sabe más que ahogarse en un callado grito de agonía.

Dónde está el alimento que genera la flor que se ha de marchitar. ¿Dónde el abono que hace que las plantas florezcan? El agua, amigo... es vital. Pero necesita de una buena tierra.

Tienes humedad en tus sueños. Siempre ha sido así. Y solamente ahora apuntas a comprender la necesidad de todo esto. Pues tu vida, tal vez no sirva de ejemplo para grandes gestas. 

Pero es tuya, al fin y al cabo. Y todo ser sintiente, sabrá que te responsabilizas de lo que plantas en el jardín de tu corazón. Que lo riegas, con agua, mejor. Que con lágrimas saladas, son limoneros lo plantado.

Una manzano no sabe de soles y amaneceres, hasta que inconsciente, despierta bajo la mirada atenta de un ser superior, o no, que la muerde y hace suya.

Ahora tu muerdes tu corazón salado, como lagrimas mojadas de agua viva. Que tal vez, y digo solamente tal vez, te recuerden que has nacido para brillar. Pero no hoy. No hoy. Tal vez mañana. Siempre un mañana.

Hoy te toca escuchar. Pues no hay en el mundo nadie que lo haga con tus oídos. 

¿Quién te ha de decir que planches la ropa? Tu lo sabes ¿Quién te ha de decir que friegues el suelo ¿Tu lo sabes? ¿Pero quién te ama, de forma incondicional?

Eres hombre, acaso ¿Acaso eres mujer? No tengas prisa, pues los sueños son arcanos que no llevan a lugar alguno. Crear es cosa de dos. Y nadie espera tu llegada. 
Duermen. 

Y tu velas, tardío. Como una flor que retoña y su aroma llega a lo más hondo del inconsciente.

Nadie debe temer al maestro. Pero eso no quita para que el maestro use su vara de medir, y actúe de acuerdo a ella. Nadie te menosprecia, todo lo contrario. Cada día que pasa te pareces más a tu padre. Pero nadie en esta tierra sabe de él.

Nadie sabe plantar un árbol, como tu. Que haces que crezcan derechos, con troncos torcidos. ¿Cómo lo logras maestro? Son tan bellos los árboles nacidos en tu huerto.

Cada primavera, te digo, que las flores se abren para darte la bienvenida. El invierno busca su cobijo bajo mantas llenas de hombres y mujeres que se resisten a salir al aire temprano. 

Pero se levantan. Se afanan, y asisten a sus labores. Hay que hacerlo. Pero ¿Qué les dirás, cuando al terminar el día, ven la cuna vacía?

Nadie puede preparar a nadie para el tránsito de un ser querido. Pero la vida suele ser bella y grande. Y una cuna puede ser mecida por el viento. Si el viento sopla de poniente.

Nadie sabe de estas cosas. Nadie quiere entender que el olvido llega. Siempre. Pero que nuestro paso en este bello planeta no es indiferente. Cada uno contamos. Al igual que cuenta cada copo de nieve. En su montón aguardando formar parte del muñeco que los niños modelan. 

Cada uno de nosotros no puede saber. Y sin embargo, el anhelo nos une. Somos luz, nos dicen los maestros. Pero también somos tierra. Y mierda y desechos. Y todo sirve para un propósito. De eso, va todo esto. 

Al final, claro. Te preguntas, ¿para qué tantas palabras? Pero no son vanas palabras. Son abundantes. Pero no pueden hacer salvo intentar abordar un vacío, que tu oído, tan solo tu oído, es capaz de escuchar mi amado Maestro.


Comentarios