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tomate, la pastilla. Y duerme...


Bendecido descanso

Sábado 6-01-2018
11:55 Horas.

No estoy muy seguro de qué quiero decir. Creo que me gustaría comentar que no me puedo concentrar. Me gustaría ponerle remedio. Para estar bien. 
      Pero eso de estar bien, se parece mucho a una frase hecha, que viene a significar “ausencia de conflicto”.
La medicina ya hace uso y abuso de la salud, con su política de provocar una ausencia de conflicto. La política de la medicina es firmar los términos de “cero síntomas”.
Eso es la salud. Pero yo iría más lejos: ¿Eso es la salud?

Yo no creo que la enfermedad sea la enemiga. Creo que la salud y la enfermedad son la guía de que algo sucede. Y por dónde sucede.
        Y esconder una guía tan poderosa, no es buena señal.
Si bien, es complicado todo esto por que, ¿Quién tiene el valor de mirar a la enfermedad cara a cara?
         Hay muy buenos profesionales de la salud que cada día ven un montón de casos y cosas. Y ponen todo lo que está en sus manos para paliar el dolor.
        Y ya puestos, por propia experiencia, yo podría proponer la pregunta de, como personas... 
            ¿Quién tiene el valor de mirar a la vida cara a cara?
A todo esto, casi es mejor que se ocupen los médicos. Con un consentimiento verbal sirve. Ya se encarga alguien de poner todo por escrito 

En cada receta que presentamos al ir a la farmacia. Ahí está todo.
Quiénes somos y a qué le tenemos miedo. 
La enfermedad suele ser un buen indicador de qué sucede en nuestra vida.

Simplemente no puedo hablar. Tal vez porque yo formo parte del conjunto de las personas que firman. He consentido.
Dos veces.
Formo parte de esto, he aceptado en mi vida el otorgar poder sobre mi cuerpo en dos ocasiones.
         Diría que si me han dado por el culo una vez, es una equivocación un tanto embarazosa. Pero cuando me han dado por el culo dos veces... Es eso lo que me gusta.

Pesan sobre mí, dos condenas de perpetua. ¿A quién le importa? Como parece que no pasa nada, y los síntomas remiten... pues será que nos hemos curado.
Pero esos pequeños dolorcillos persisten. Es como que cuando te cagas y no se ve. 
       Sabes que si te mueves demasiado todo el mundo alrededor va a saber que tienes la mierda debajo.

Tal vez es mejor no ver. Tal vez es mejor que alguien te limpie, te atienda y te ponga unos pañales. 
      Ya es hora coño, de ponerse en manos de alguien, y descansar. No mirar, no ver, no pensar y dejarse atender. Es bueno.
Porque “hay que hacer las cosas, bien”.

No pasa nada si la salud pasa por sentirse una persona sana y con plenitud de sus facultades, o bien pasa a tomar una cantidad de pastillas. Y entonces sucede que la salud es una ausencia de síntomas.
¿Cuál es la diferencia? El contrato es a menudo, de por vida. No tiene mucho sentido rebotarse contra este modo de concebir la medicina. Porque para el tiempo que me queda de vivir en el convento, voy a abonar el seto de las margaritas.
¿Para qué sirve entonces el querer saber? Conocer el porqué de lo que nos sucede, y tal vez hacerme responsable de mi vida.
Es tan fácil delegar en el gran hermano.

Formamos parte de una comunidad. De una sociedad. Vivir no es estar vivos y ya está, sino que es estar en relación. Vivir es, vivir en relación.

Pero huele, cuando duele. 
Y hay alguien que te dice, firma aquí. Que yo te curo. Pero cada quince días pasa por la farmacia. “Para hacer las cosas, bien”.
¿Dónde está ahí el hombre? 

Es fácil, es normal. Lo único que hay que hacer todas las noches es juntar un pequeño montoncito de pastillas.
Para tomarlas antes de dormir. Hay un montón de facilidades para que te puedas medicar. Hay todo tipo de presentaciones para facilitar que tomes la medicación. Sea para lo que sea.
Para qué vas a pensar qué sucede en tu vida si no puedes orinar. Si después de todo, la pastilla hace que mees. 

El por qué me siento tan cabreado es muy fácil. Llevo más de media vida como enfermo mental. Sigo tomando medicación. 
Porque se supone que si dejo de tomarla me enfermo. Ese es el estado de cosas.
Me lo he currado, y mi psiquiatra me ha ayudado en el proceso, ajustando la medicación en lo posible.
Hemos formado un buen equipo. Y por lo menos a mí me importa.

Para la enfermedad mental tomo una sola pastilla, que será mejor o peor. Ahí no hay que meterse. 
Porque el sufrimiento de cambiar de una pastilla a otra es muy intenso. 
      Mi medicación dentro de lo que cabe me gusta y ha probado que me va bien o es acorde con mi estilo de vida.
Que mi psiquiatra y yo la llevemos lo más ajustada posible, como que es un punto a favor de la medicina.

Parece que estemos haciendo algo útil. Ajustar la medicación. Todo menos curar la enfermedad.

Tomo otra pastilla. Valium, para dormir. No tomo mucha. Pero me declaro adicto al valium. 
No puedo descansar si no tomo esa pastilla. Y estoy agradecido porque hace unos años ni siquiera muy medicado descansaba, y ahora siento que descanso.

        Es un tanto ridículo. De niño bastaba que me cantasen una nana. Ahora en vez de cantarme con amor, me tomo una pastilla. 
        Y ahora: ¡duerme...!

Vale, que ahora me toquen los putos huevos, con una tercera pastilla, de nuevo de por vida.
¿Es una puta broma? ¿Cuántas enfermedades crónicas pueden los médicos...?

¡No curar!

        La mayoría de personas que lean esto, les puede parecer una tontería. 
            Si solamente hay que tomarse la pastilla.
            
             Pero me parece que cada vez hay más personas que prefieren vivir sanos.
          Personas que se cuidan y que podrían ser un ejemplo, que me da miedo seguir. 
             Tal vez me faltan arrestos para responsabilizarme de mi vida.

             La decisión es personal y funciona de uno en uno. Y tampoco hace falta que se comente. Uno sabe si mira de frente o no mira.
             










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