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hay que hacer las cosas bien


NANOTECNOLOGÍA.

Contó una a una cada pastilla, pasándolas de una mano a la otra. Se aseguró de ello. Debía tener cuidado porque no debía pasarse de la dosis.
El médico le había prescrito lo que necesitaba. Claro que ya habían pasado sus tiempos de juventud. Y tocaba volver a ponerse en manos de gente entendida, que sabía lo que eran las cosas de hoy. 
A su vejez, Pedro, había aprendido que tener aspiraciones, como diría su difunta esposa, era que vinieran sus hijos a visitarles el fin de semana. No había verdad más grande, se dijo.
Pero mientras tanto Pedro aguantaba el tipo y hacía acopio de fuerzas, recordaba a su esposa y la echaba de menos. Tenía las pastillas bien contadas.
Hay que hacer las cosas bien, Fuensanta. Habló en voz alta. Hacía tiempo que no importaba si hablaba consigo mismo, o con su difunta mujer. Hablar cuando estaba sólo le relajaba. Los vecinos no le escuchaban.
Sí, están bien.
Cada tarde hacía recuento de su “provisión” de pastillas, porque tenía que tomárselas.
Algunas sabía para qué eran, pero otras tan solo sabía que la marca se la había recomendado el farmacéutico a su hijo. Son muy buenas.
Así que cada día formaba su montoncito en la mesita. Junto a un vaso de agua mineral. De la botella barata, que tiene también propiedades.
Y cada noche, justo antes de echarse, se tomaba su dosis. Mientras pensaba.
“Ya está”. La última tarea del día hecha. Antes de dormir su rutina era su vaso de agua.

Un día se le ocurrió preguntarle a su asistenta, que venía una vez a la semana a hacer la limpieza. La compra la hacía su hijo dos veces a la semana. Le preguntó:
¿Por qué tanta pastilla?
¡Es que ahora va a saber más que su hijo! Son las que le han mandado.

En realidad no importaba que si servían para esto o para lo otro. Esa pregunta ya no se la hacía.
Se trataba de que había que hacer lo que te decían. Cuando nos hacemos mayores, no seguimos siendo mayores de edad. Hay un momento que ante una caída, ya no sales más de casa.
¿Qué le vas a hacer? La vida a veces es demasiado grande para entenderla. Y están los hijos, que tienen que seguir.
Si te portas bien vendrán este fin de semana. Si  me tomo todas las pastillas todo irá bien.
No importaba más que seguir una rutina. 
Tenía que ¡mantenerse! De eso se trataba. No se paraba a pensar que cada vez, los escalones del piso estaban más altos, que cada vez salía menos a ver el sol ponerse desde su silla en el patio.
         Tenía que hacer caso, para sentirse bien.
¿Por qué no te sientas en el patio y que te dé el sol un poco papá?
Esas son cosas de viejo, pensaba Pedro. Se decía para sí mismo, que sentarse al sol era de viejos.
Había vivido tiempos grandes, en los que la tecnología. Alcanzó la cima.
Después vino la crisis, y se fue todo a la mierda.
Pero se recuperaron. La vida sigue. Ya no encontró trabajo pero le quedó algo que con la ayuda de su hijo, vivía.
Y había que hacer bien las cosas. Ya no agobiaba a su hijo con lo que pensase cada día.
Su hijo se ocupaba de algunas tareas. ¿Te has tomado la medicación hoy?
¡Joder, hijo! ¡Qué cosas tienes!
En realidad, pensaba que la ciencia había avanzado tanto, que su cuerpo recuperaría su juventud.
¡Nanotecnología! Ese es el futuro que nos espera.
Te tomas una pastilla, y esos diminutos robotitos teledirigidos van a donde tienen que ir. 
¡Y como nuevo!
Miró su vaso de agua, y imaginó que había pequeñas cositas buscando algo, mientras flotaban en el agua.
Prefirió pensar que la nanotecnología era cosa del futuro.
Lo que importa es hacer las cosas bien.
Ya no pensaba en si le harían más revisiones médicas. En algún lado estaban los papeles.
Lo que tenía era que hacer caso, a su hijo. Él entendía lo que decían los médicos.
Esperaba que mañana le trajese ese pan de leche que tanto le gustaba. Todavía había pequeñas cosas que disfrutaba.
Cerró los ojos, esperando que se terminara el telediario para apagar la televisión.
A la mañana siguiente, su hijo Miguel. Hizo girar la llave en la cerradura y se aventuró con un pan de leche para dejarlo sobre la mesa de la cocina.
Su padre, se había quedado sentado delante de la televisión.
Pero la televisión estaba apagada. Pobrecito, estaba cansado.
El hijo miró a su padre con cierta nostalgia. Lo que había sido.
Después se fijó en un solo detalle. Al lado de Pedro estaba el vaso de agua.
Y no se había tomado las pastillas.



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