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filosofía de la pastilla azul

¿Y si?



Sábado 9-09-2017
20:32 Horas.

Debe ser la edad. No sé porqué estoy tan enfadado. No tengo amigos. Ni amigas. Sin embargo creo que trato de vivir acorde a cómo me siento. Tal vez el mandato interno es el de que no debo existir.

De niña pensaba que debía ser buena en algo, brillar, ser excelente. Y entonces ganaría. Mi madre, y mi padre, me querrían. Pero la vida no funciona así. No se puede planear el tener éxito o fortuna. Si bien tal vez podemos pensar en que hay una serie de programas, el programa padre es algo insalvable.

Buscamos amor. Y lo damos todo por amor. No hay nada más.

Si yo no fui deseado, tal vez no merezca estar en esta bella tierra donde existir, y me busque una muerte con cualquier excusa. Estilo de vida que no sea sano, es decir, mala comida, falta de ejercicio. Dormir en exceso. Morir de tristeza y sin amigos.

No tengo amigos. Eso tiene que ser debido a algo. No se trata solamente de que yo carezca totalmente de encanto, sino que los rechazo. Tal y como yo me he sentido rechazada. Claro que tengo enfado. Claro que no puedo tener amigos.

Salvo una enfermedad mental y una vida de intensa soledad, pese a existir mis padres y hermanos, he sentido que la existencia me rechazaba.

Tal vez fue por primera vez, en el seno de mi madre, que su organismo me rechazaba y sangraba para expulsarme del vientre de mi madre. No me deseaba. Tal vez yo soy el fruto de una elección. Lo dejo morir o hago reposo y vive. Pero en primera instancia, la verdad es que el cuerpo de mi madre se esforzaba todos los meses en desembarazarse de mí.

De ahí a pensar que nadie me quiere, a sentir ese vacío, el dolor de la soledad antes o después se manifiesta. Sucden cosas para que esté sólo. Mi padre tuvo amor, y sin embargo su hermano mayor le rechazaba. Mi padre se crió con el rechazo de su hermano. En el seno mismo de su familia.

Y decidió seguir adelante y amarse. Mi padre tal vez se quiere a sí mismo más que nadie en el mundo.

Suena mal, pero en realidad es maravilloso. Porque lo he visto luchar cuando lo tenía todo en contra.

Podría considerar que en mi caso he tenido una enfermedad mental, que todavía tomo la medicación, se supone que es de por vida. Pero si busco la coherencia, he de entrar dentro de mí y hallar la solución en mi interior.

Y sin embargo, resulta que no hay diferencia entre el interior y el exterior. Cualquier cosa que cambie en el interior, se ve reflejada en el mundo. Es ley. Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera.

En realidad he pasado por cosas. Pero no he avanzado nada. Nada ha servido. Tal vez pienso que si hago esto o lo otro, voy a ser más feliz, o tal vez mejor. Me equivoco. De lo que se trata es de quiénes somos. Y de dónde estamos. Ser y estar forman parte de una una misma acción. Yo soy según donde estoy.

Se puede hacer, pensar, sentir. Pero lo que importa es que lo que somos y donde estamos van indisolublemente de la mano.

La ley de la atracción me gusta. Promete generar una serie de cambio deseables. Cosas que cualquiera de nosotros nos gustaría tener, nos lo promete. Pero no funciona. Porque no somos quienes nos gustaría ser.

Es decir, tal vez habría que darle la vuelta. Sí que somos quienes queremos ser. Pero es algo que nos viene dictado por nuestra herencia, nuestra pertenencia a un clan, la familia, y es en esta familia pero que ya viene heredado de varias generaciones, de las que provenimos.

Venimos a cumplir un destino, escrito en códigos que predeterminan nuestra conducta. Y eso es ley.

Claro que es una ley que se define a sí misma.

Yo creo que si el universo es de naturaleza cuántica, resulta que hay muchas probabilidades que coexisten. Y la nuestra es seguramente la más probable.

Pero hay esperanza. Hay una oportunidad, tal vez con que haya una probabilidad sea dado que ha se produzca un cambio.

Y sin embargo, tenemos que pensar que ese cambio no es posible que se haga real, porque no lo podemos esperar. De lo que se trata es que hemos de cambiar. Y no es un cambio que se limite a una decoración distinta, por mucho que eso ayude a armonizar energías.

El cambio se da de uno en uno. Es una cuestión personal. Y al mismo tiempo, no se puede hacer nada por uno mismo.

Una sola persona no puede hacer nada. Si estamos atrapados en una maraña de posibilidades, nos perderemos en una cantidad de programas de los que ni siquiera somos conscientes que tenemos. 

Si estamos prisioneros en un juego, hemos de pensar que existen una reglas del juego. Y que hay un objetivo en el juego, que si bien se puede ganar o perder, sí que hay formas mejores de jugar... y tal vez de pasar de nivel. Superar “una pantalla” como se decía en los antiguos recreativos.

Se puede recorrer el juego en sus diferentes partes y conocerlo. Tiene un diseño, y hay otros jugadores, que tal vez saben muy bien que están allí mismo. Tal vez uno de los otros jugadores tenga un mapa, otro una herramienta. O tal vez ayuda de alguien fuera del juego. Una especie de árbitro, o simplemente alguien que conozca el camino.

Cuando has pasado por un corredor interminables veces y ves que no hay salida, no encuentras una solución a un problema. Te hartas del juego. Y quieres superar la angustia de no poder superar una prueba.

Por eso siempre hay nuevos matices, nuevas sutilezas, otros puntos de vista que no conocías. Pero si compruebas que la estructura del juego es siempre la misma. Que tan solo cambian los vestidos de los personajes. Pero las cabronadas son las mismas.

Es peor que eso incluso, todo lo que sucede, sucede porque la interpretación de todo lo que existe la generas tu misma. Y no puedes escapar de ti misma. Pero alguien te puede echar una mano. Tal vez.

No significa que sea suficiente. Tan solo se trata de que si hay más jugadores con la misma consciencia de que se pueden hacer las cosas de otro modo, tal vez haya una oportunidad.

Al final todo resulta ser un juego. Y nuestro cuerpo es el vehículo que nos permite existir y experimentar.

Vivimos para vivir. No tiene mayor historia. Pero si tenemos claro, el punto que sea, algo. Una referencia. Tal vez una filosofía de vida. Una carrera universitaria que ya no existe porque no conviene gastar dinero para intentar enseñar a alguien que se puede pensar distinto. Tal vez un punto de apoyo sirva para marcar una diferencia.

Sinceramente yo no creo poder escapar de la matriz en la que nos hallamos. No lo creo posible. ¿Por qué? ¿Para qué? Tampoco es que necesite escapar. O tal vez es que ya me he acostumbrado a la angustia, que no es tan imperiosa la necesidad de huir.

No es necesaria la filosofía. Esa es mi opinión. Es una lástima que no exista como carrera universitaria. Pero mi opinión personal es que no es necesaria.

Todos somos capaces de pensar. Y hay un secreto que no se puede aprender en ninguna universidad. Hay que escuchar al corazón. Pero solamente hay personas que realmente escuchan al corazón cuando son inmensamente felices, o bien cuando son inmensamente desdichadas.

Yo no me encuentro actualmente en ninguna de esas categorías. Estoy en otra, algo que es sumamente extremo y terrorífico. Cada día hay más personas que formamos parte de un colectivo que crece cada vez más.

Somos las personas sedadas. 

Si tienes dolor, tómate una pastilla. Es fácil, sencillo. Y no tienes que pensar o sentir. No es necesario que sufras, ni que hagas preguntas incómodas. En realidad es bueno. Nadie se siente molesto porque lo que sientas sea “inadecuado” o seas diferente. Medícate.

Tengo una enfermedad mental. Si no tomara la medicación, lo que se llama un neuroléptico, no podría vivir. La palabra significa sencillamente “ata nervio”. Es una camisa de fuerza química.

Sin ella el dolor que sentiría sería insoportable. O bien en una situación de estrés, me volvería loco. Sedado, puedo sentirme atrapado en mi vida. Pero la medicación me tiene bien “sujetadito”.

Tal vez porque tomo esta medicación soy más consciente de que vivimos atados, porque ya de por sí, dentro del juego, he caído dentro del pozo, en el juego de la oca.

Es terrible saber que todos los días hay que tomar una pastilla azul para poder olvidar. Y saber también que si me dieran a elegir, y viese la pastilla roja... seguramente no tendría el valor de elegirla, para despertar. Porque la realidad significa saber que mis propias incoherencias ya no tendrían excusa. Que tendría que tener el valor de mirarme al espejo y admitir que soy, o debería ser, responsable de mí mismo.

Y no lo soy. Así que todos los días me digo que estoy enfermo, y me tomo la pastilla azul. No me cura. Pero me permite seguir jugando. En un juego que me causa aburrimiento y del que no me atrevo a salir.

Mis jugadas son limitadas aquí.

Todos. Todo el mundo se toma una pastilla, cada día. Todos los días. Y es eso que les permite seguir sin pensar si son felices o no. Hasta que pasa el tiempo y se preguntan dónde están aquellos amigos. O la familia. Bueno, cada uno tiene su historia y preferencias personales.

Pero el juego tiene un final feliz. Morimos. Para que una remesa nueva de personas de mente más abierta, joven y eficaz, sirva al sistema.

Y lo harán, jugarán, al principio será divertido. Pero en algún momento verán una grieta, una fisura. Tal vez intuyan que haya algo más.

¿Y si alguien en algún momento, se toma la pastilla roja? ¿Accederá al País de las Maravillas bajando por la madriguera de conejos?





Quiero reinsertarme en mátrix















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