Ir al contenido principal

el amigo









Viernes 4-11-2016
8:03 Horas.

El oscuro cielo de la noche se cernía sobre mí. Miraba a mi alrededor y no hacía más que hallar oscuridad. ¿Qué luz podía disipar tamaña mancha negra en mi alma?

Pensaba que no podría salir, pero salí. Y una vez fuera, sí, la luz me cegó. Pero cuando mucho más tarde yo, como hombre, recordaba mi frío invierno, pensaba que mis orígenes me definían. 

¿Quién eres? ¿De dónde vienes? Y después ¿A dónde vas? Si es que quieres ir a alguna parte. Preguntas.

Ciertamente, a dónde vas. ¿A dónde voy? La pregunta me apremia en el interior. Y me parece claro que ésta está estrechamente ligada a mis orígenes. La sombra, la oscuridad. 

Todo esto me lo preguntaba mientras escuchaba mi última adquisición. Una rayada. La música suena como tiza sobre el encerado. 

Le habían curado su enfermedad. La toxina que le había infectado ya no se hallaba en su cuerpo. La paro-toxina. Sus efectos fueron menores. Pero cuando algo se introduce en tu cuerpo, y no es tuyo, tiene sus efectos. La paro-toxina hincha. De un modo u otro, todo lo que ingerimos sirve para hinchar.

Me lo detectaron precisamente por eso, retención de líquidos. Y de un modo asombroso, el evitar la administración de cortisol ayudó mucho.

No soy médico.

No, no lo soy. Solamente repito de oídas, palabras que esos días escuché.

La enfermera. Si no no lo hubiésemos detectado a tiempo, no estaría aquí. Cuidado, cuidado. La paro-toxina. 








Después vinieron pruebas y más pruebas. Y cesó. ¿O más bien fue entonces cuando comenzó el proceso?

Fue a partir de limpiar mi organismo de la toxina, que el célebre músico comenzó a escuchar, de nuevo, la música en su interior. 

Pero como todo, cuando voy a casa de un amigo, y levanto la alfombra... a veces descubro que ese amigo no es tan limpio. 

       Pero se lo perdono. Porque aunque la roña que se almacena debajo de la alfombra da que pensar, el amigo te deja cincuenta euros en un caso de apuro. Y te deja llorar en su hombro. 

        En esos momentos.

Así que todo tiene que ver con saber qué te metes.

Y el marrón que te encuentras cuando toca hacer limpieza y  ver que la roña sigue allí. Que aunque no se viera, ahora la ves.

¿Qué opinión merece tu amigo ahora? Cuando has ido a su casa y en un ahora vuelvo, vas y descubres que la esquina de la alfombra, una vez levantada,  muestra la llena suciedad.

¿Qué lugar ocupa mi amigo ahora?

        No tú, miserable engendro de satán, que me escuchas.

       Sino mi mayor amigo, ese tan cercano.

       El amigo que por las noches me susurra al oído que no valgo.

El amigo que pega con un golpe de azada, tibia y peroné. Ese amigo que no me dejó levantarme en toda mi vida. Ese amigo que estuvo en las buenas y en las malas. Y que siempre fue primero.

Ese amigo que no me permitió asumir mi papel de hombre. Que no me pasó el rastrillo para extender la grava. El amigo que nunca me dijo que yo valía, ni me dejó lugar para crecer como hombre.

La falsedad asumida por tanto tiempo. Esa máscara. Esconde todo lo que no se ha sido. Y queda odio.

Odio por lo que no se es. Y por lo que no se sabe ser.

Una vez desintoxicado, descubro que lo que importa es saber qué lugar ocupo en el mundo. Ese aquí y ahora no es lo que escriben los poetas.

        Es saber que este yo, tiene un lugar en el tiempo y en el espacio.



Y que ese punto espacio-temporal, mi mejor amigo ha hecho lo imposible, para que yo no lo ocupe. 

       Valiente, 

       valiente.














Sí, es una rayada. Como uña en el cristal. O como cuando el profesor limpiaba la pizarra con fuerza y el trozo de borrador ¡tropezaba con fuerza! Escapando de sus puños, ay, inexorablemente.


¿Dónde está ese amigo que te da la patada en los dientes, para que te levantes; con la boca sangrante? Pero la cabeza erguida.

Ponte derecho. No tosas. No mires. No respires.

















Comentarios