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el peregrino del tremedal

Jueves 10-11-2016
9:02 Horas.


el peregrino de los bajos








Hacía tiempo, mucho tiempo. El resplandor se llevaba todo tipo de brumas. Sí, esas también. El espíritu se sentía cada vez menos apesadumbrado.

No se trata de que los rayos del sol lo barrieran. La Tierra Media, de en medio, no la de los hobbits, era grande en ganancias. Sin embargo había algo en ella que no parecía ser trigo limpio. Y si de trigo hablamos, ante un campo de trigo nos encontramos.

El trigo en occidente es símbolo de abundancia. Igual que lo es el arroz en oriente.

Sin embargo todas estas consideraciones no significaban nada para Jonás, apoyado en su báculo, fatigado tras la larga caminata. El río, ya lejano, dejaba entrever un recodo de aguas que por su brillo parecían despedir al peregrino.

No un peregrino cualquiera, pero sí a éste. Jonás miraba como si no viese. Pero su mirada estaba más enfocada hacia su interior que a su exterior. Miraba “lo que nadie puede ver”. No con estos ojos al menos.

Sí, tenía el don.

Pero no sabía utilizarlo. De ahí su peregrinaje en busca del maestro Griñán. Un gran mago, un gran brujo. Tal vez al encontrarlo le recriminase su falta. El no haber sabido realizar la iniciación. No haber sabido seguir todos los pasos.

La visualización de sus sueños. En eso había fallado. ¡Las expectativas eran tan altas! Las expectativas propias, no de su mentor. Mentor y amigo, que con toda su buena fe le puso en el camino. ¿Tal vez para perderse?

Jonás no lo sabía.

Ahora sí que miró el paisaje que se extendía ante sí. Pensó en rodear aquel promontorio. Pero le pareció ver una pequeña tonalidad verde en lontananza. Y aunque había cruzado el río, su cantimplora parecía tener cada vez menos agua dulce.

Y tenía tanta sed. Más que de agua, de miel. Tanta, que a veces se trocaba en dolor. En su zurrón tenía un trozo de cera, que a veces buscaba con su lengua, pero todo en vano. Seca. No había miel. Tal vez no la hubo nunca.

Supongo que fue por instinto que buscó esa loma, que se aproximaba a cada paso que daba. Cuando llegó se sorprendió porque ofrecía una muy buena panorámica de los alrededores. Si no hubiese dirigido sus pasos hacia allí, tal vez se acercase al barranco de los perdidos.

Habían advertencias tan lejanas en el tiempo, que semejaban leyendas. Los perdidos, eran legión. Si bien la iglesia del mal partir, era muy proclive a exagerar. Nadie se despeña si no es empujado. Pero ¿quién sabe? Demasiadas cosas suceden cuando uno se encuentra en el borde mismo de un barranco.

Jonás de persignó. Su mano se estremeció.


Miró más allá de sí mismo, y logró ver que en aquel desierto, aparte de un tremedal, no había más que un estrecho sendero que se abría paso entre ambos. Calor y humedad. Parecía que todo se formaba a base de pares de opuestos.

Pensó en Betina. Su pareja.


¡Ay, el meu maricó!


Le pareció escuchar que se lamentaban en la lejanía.

La luz de sus ojos se ensombreció, pese a no estar seguro de haber escuchado bien. La lengua era extranjera. 


       SAL, ¡SAL! 

       ¡Sal de ahí! - Parecía que las voces se escuchaban cada vez más cerca.






























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