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hay que trabajar

trabajar al servicio de dios






Domingo 27-11-2016
8:03 Horas.

¡No sabía trabajar! Si algo le habían dejado sus padres claro, es que Yonah, por mucho que quisiera, no podría trabajar. Parecía que tropezaba con todo.

Y lo había intentado. Pero cada cosa que hacía, por pequeño que era el intento, ya fueran sus padres, ya sus hermanos, le hacían a un lado, lo apartaban.

Tú, ¡no!

Es cierto que tenía cierta dificultad para hablar, y para moverse entre las herramientas de trabajo de su padre. Pero no era tonto, se decía. ¿O sí lo era?

A su corta edad parecía un secreto a voces, que Yonah si servía para algo sería para cura. Comía como dos.

Apartado, humillado, y con la convicción de que no servía, Yonah no lo intentaba. Quería trabajar, pero allí no había un lugar para él. 

Así que dormía y comía. Dormía y comía. 

      Yonah no sabía trabajar. Era un hecho. Pero sabía muy bien disimular. Sabía cuál era su lugar. 

      Cuando pasado el tiempo, nadie parecía darse cuenta de lo que le sucedía. Parecían mirarle con orgullo. Pero él lo sabía, en lo más profundo de su ser recordaba el tremendo golpe a su oído.

No se trataba de las continuas humillaciones que hubiese podido soportar, ya fuesen reales o imaginarias, proferidas por seres del bien o del mal.

Aquel bofetón de su padre, en pleno oído izquierdo le había dejado un perpétuo recuerdo de que él no servía. No, nunca serviría, para ejercer el noble servicio de pico y pala, del trabajador común.

Su madre lo miraba con orgullo.

El pitido en su oído izquierdo no cesaba ni siquiera, cuando se dirigía, con su ropa de domingo, hacia el altar. Allí haría el noviciado. Para ingresar en la iglesia.

Yonah se dijo a sí mismo, se recriminaba a sí mismo, se decía que era justo. Después de todo, él no servía. Rezar, persignarse y comer. Comida no le faltaría.

Tal vez nunca llegaría a nada. Ni en calidad de hombre cabal, ni de hombre de la iglesia. Pero siempre tendría lo suficiente.

Miró hacia adelante, hacia al altar, mientras caminaba, custodiado por sus padres. Uno a cada lado. Se habían vestido con sus mejores galas. Llevaban al cordero al altar. Para ser sacrificado, se dijo Yonah.

No sé porqué Yonah siempre se ponía en lo malo. ¿No le iba a faltar nunca de nada? ¿No es cierto? In vino veritas. Se dijo. Ya era tarde para echar a correr, ¡dar media vuelta!

¿Qué decía su padre? ¿Qué le estaba diciendo? ¿Qué le estaba gritando mientras le golpeaba? Delante de su madre, humillado. Su madre también lo pensaba. 

Yonah había intentado hacer algo útil. Por agradar más que nada. Pero lo único que había recibido era unos tibios elogios. Después de todo, lo sabían. Era un secreto a voces.

Su hermano mayor era un hombre justo, llevaría bien el negocio familiar. Y su hermano menor era valiente. Sabría ir a la guerra y matar sarracenos. Era la Guerra Santa. Solamente Yonah no veía otra salida que dedicarse al servicio de Dios.

En realidad no veía otra salida. Bueno para nada.

De su oído izquierdo manaba un hilillo de sangre...


Mientras el padre elevaba a Dios, frente a él, y proclamaba:

¡Cuerpo y Sangre de Cristo!

Nunca le faltaría nada allí. Miró girando la cabeza hacia atrás, no había otra salida.

Siempre tendría lo suficiente.

No había ningún otro modo.

Tenía que ser así.




Yonah, ¿Aceptas..., bla, bla, bla?

Sí, padre.










           El lobo, su mascota. Su único amigo aquí en la tierra calló mientras le miraba alejarse. Ni siquiera aulló saludando su partida, para ir...

               La sordera de su oído izquierdo se acentúo sonando con ese fuerte pitido...

               ¡ DIOS !















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